lunes, 17 de octubre de 2011

¡Que vienen los húngaros!

¡Que vienen los húngaros! De zíngaros, gitanos y romaníes.
Texto de José Luis González Peralbo


 Antaño, cuando había más estima hacia las cosas sencillas y las distracciones existentes eran inocentes a la par que asombrosas, a nuestros antepasados les resultaba familiar la llegada a la población de grupos de gitanos foráneos, imagen y símbolo pintoresco de un pueblo estigmatizado y temido pero cuyo modo de vida constituía un espectáculo fascinante para todos los vecinos.


En el terreno del espectáculo se ha asociado a gitanos y zíngaros con el circo y los espectáculos callejeros ambulantes porque algunos de ellos –los más humildes y pobres- se especializaron muy pronto en el adiestramiento y exhibición de animales tales como osos, monos y cabras, que le servían de pretexto para ganarse la vida o simplemente para sobrevivir. Se conocen exhibidores de osos desde el siglo XII en Turquía y más tarde en los Balcanes; recibían el nombre de ursari.



 La estampa de los gitanos recorriendo las calles de Pozoblanco es una imagen que aún recuerdan perfectamente nuestros mayores y las fuentes documentales. Hace siglos su presencia era más bien esporádica y no resultaba extraño que se convirtieran en huéspedes obligados de la cárcel del concejo, bien por cuentas tenidas con la justicia a su paso por estas tierras o bien como parada momentánea de su tránsito y traslado hacia otras prisiones o bien hacia destinos tan poco apetecibles como las minas de Almadén o las galeras de Su Majestad.


En fechas más cercanas su aparición iba unida a la venta y reparación ambulante o bien a ciertos espectáculos callejeros.


¡Que vienen los húngaros! exclamaba la gente con una mezcla de prevención y alegría ante su presencia. Y es que a la desconfianza secular hacia ellos se añadía la esperanza de poder asistir a un entretenimiento original y poco frecuente. No obstante, los vecinos más experimentados asociaban su llegada a futuras e inevitables dificultades económicas: ¡Mal año!, era una expresión habitual de la paisanos ante la visión de los húngaros.


Cuando llegaban a una población –como es el caso de Pozoblanco- en sus carretas desvencijadas, estos personajes bohemios acampaban en las afueras, en tiendas astrosas, bajo un puente o a la sombra de los árboles según la estación del año. Los más pudientes eran dueños de tartanas o carretas muy vistosas, llenas de coloridos adornos, incluidos visillos y encajes. Solían acampar en la salida de la villa, justo donde comienza el camino antiguo de Dos Torres. 


 Durante unos días el paraje se convertía en lugar de encuentro de numerosos vecinos intrigados por sus llamativos abalorios y vestimentas, las actividades cargadas de misterio que se les atribuían, además de por la legendaria belleza y descaro de sus mujeres.


Acomodados carros y tiendas iniciaban el recorrido urbano y cualquier calle o plaza de la villa les servía para formar corro con la gente curiosa y ociosa y con una multitud de chiquillos, obligando a osos y monos a bailar y a hacer piruetas, acompañando la fiesta con golpes de pandero y monótonos cantos. Concluido el espectáculo ponían las panderetas en las garras del famélico animal que se aproximaba al público para que les echase en ellas unas monedas, consiguiendo con ello la huída despavorida de los asistentes las más de las veces.


Pero en ocasiones la fiesta prevista terminaba en drama. Pese a la habilidad de los domadores, de tarde en tarde se producían episodios sangrientos ante la imposibilidad de controlar los naturales instintos de la fiera acosada.



 Las fuentes documentales recogen diversos incidentes de este tipo. Hoy traemos a colación uno de ellos, acaecido en Pozoblanco a finales de noviembre de 1882, incidente que tuvo amplio eco en la prensa local y provincial. Esto contaba el Eco de los Pedroches -periódico pozoalbense dirigido por don Julio Pellitero y Campanero- sobre el suceso:


 “Un accidente desgraciado ha movido a compasión y excitado a la vez grandemente la curiosidad de este numeroso vecindario.
 Hace días recorren las calles de esta localidad dos exhibidores de fieras domesticadas, naturales de la Bosnia (Turquía), a los que acompañan sus respectivas mujeres e hijos, teniendo su albergue extramuros de la población en improvisadas tiendas.
El martes último y después de haber rendido no escaso tributo al dios Baco, a cuyo culto se consagran con frecuencia, se produjo en tales viviendas una calurosa disputa entre los dos profesores de tan dóciles discípulos, de la que resultó lesionado uno de los doctos combatientes con una leve herida, y como manifestase a su contrario que se disponía a dar conocimiento del hecho a la autoridad, regresó a la población dejando entre tanto el cuidado de los escolares a su mujer y un niño de unos once años.
Su valeroso compadre, que aunque desconoce las leyes de nuestro país no tiene pelo de tonto, comprendió la gravedad del asunto y dando punto a sus alumnos recogió todo el menaje de casa y escuela, tomando las de Villadiego con su familia y dejando tan solo en poder de su vecino el solar que antes poseía.
La mujer del lesionado que esto vio, corre en busca de su marido para noticiarle la partida, olvidando que los domesticados quedaban solo al cuidado del niño, el que sin duda como notase movimientos bruscos en el oso, motivados por la marcha de su antiguo condiscípulo, hubo de castigarlo, en cuyo acto el fiero animal le alcanzó con sus garras, cebándose después en la víctima, hasta el punto de producirle ocho heridas profundas en las extremidades inferiores, distribuidas con desigualdad, y una en la cabeza con pérdida de la piel en una extensión de ocho centímetros, en las que hubo necesidad de aplicar puntos de sutura hasta en número de siete en algunas de ellas, sobreviniendo la muerte a las treinta y seis horas, como consecuencia de la hemorragia que aquellas produjeron. 


Lamentamos doblemente esta desgracia que pudo tal vez evitarse si los padres de la víctima se hubieran apresurado a dar parte del suceso; pues nos consta que el Juzgado y facultativos no tuvieron conocimiento del hecho hasta las nueve de la mañana del siguiente día, en que fue convenientemente trasladado al hospital de esta villa, habiendo pasado toda la noche en expresada tienda sin prestársele auxilio alguno.
El fugitivo compañero fue alcanzado en las inmediaciones de Torrecampo por una pareja de la guardia municipal diurna de esta villa, y puesto a disposición del señor Juez de Instrucción, por quien se ha prevenido el oportuno sumario.
Llama notablemente la atención la manera rara con que los padres del finado expresan su dolor desde el instante en que tuvieron noticia de su muerte; con grandes lamentaciones recorren las calles entonando a dúo en su propio lenguaje, cánticos y preces al Señor, pues que profesan la religión católica; y si no temiéramos lastimar el justo dolor de esos desgraciados, diríamos que el monótono sonsonete que producen y sus grotescos ayes parecen imitación del aullido de las fieras con quienes hacen vida familiar, asemejándose sus cantos a nuestras populares seguidillas.
Por último, habiéndose puesto en libertad al protagonista de este melodrama, reunióse nuevamente a su afligido compañero celebrando ante un numeroso público una función de desagravios, que ha consistido en arrancar al imitador del asesino del rey godo Favila, los dientes y colmillos y algunas de sus desgarradoras uñas.”
Hemos indagado en el Registro Civil de Pozoblanco con la esperanza de añadir nuevos datos que proporcionen mayor detalle sobre lo sucedido. Y hemos encontrado el acta de defunción del infortunado joven que lleva el número 256 de inscripción y está redactada a partir del folio 204. Dice así:
“Siendo las dos de la tarde del 22 de noviembre de 1882 ante el Juez Municipal suplente compareció Juan Agustín López Villarejo y exhibió una comunicación del señor Juez de Primera Instancia del Partido que decía literalmente lo siguiente:
En las diligencias que instruyo por muerte del joven de once años, natural de Bosnia, en Turquía, llamado Pedrovich, hijo de Bano Pedrovich de igual naturaleza, sin domicilio fijo, y de María, de profesión la de exhibir fieras, cuya muerte ha sido producida, según declaración de autopsia, por anemia procedente de hemorragia consecutiva a las heridas que en la tarde del veinte y uno le causó un oso, habiendo fallecido en la madrugada de este día, y en su virtud he acordado librar a U. el presente para que previa inscripción en el Registro Civil autorice su enterramiento en donde corresponda del cementerio de esta villa, cuidando de que se verifique diligencia de trance y de remitir el oportuno certificado a la vez que lo haga del presente mandamiento. Dios guarde a U. muchos años. Pozoblanco veinte y tres de noviembre de mil ochocientos ochenta y dos. Antonio Martínez. Hay un sello que dice Juzgado de Primera Instancia de Pozoblanco. Sr. Juez Municipal de esta villa.
En vista de la precedente comunicación, y de la certificación facultativa presentada obrante en este Registro Civil, legajo treinta y ocho, de la sección tercera, número setenta y dos, el Señor Juez dispuso se extendiese la presente acta de inscripción, consignándose en ella cuantas noticias se han podido adquirir y las circunstancias siguientes:
Que el finado era hijo legítimo del referido Bano Pedrovich y de María Asloyanlis, naturales todos de Bosnia, provincia de Bañaluca, en Turquía, de ejercicio exhibir fieras. Que falleció a las dos de la madrugada de hoy en el hospital de esta villa, a consecuencia de anemia hemorrágica consecutiva a las heridas que en la tarde del día veinte y uno del corriente le causó un oso.
Y que a su cadáver habrá de darse sepultura en el único cementerio de esta población, situado al extremo occidente de la misma.
Fueron testigos Luis Campos González y Francisco Muñoz Calero, mayores de edad, de estado casados, de ejercicio artesanos, naturales y vecinos de esta villa.
Leída íntegramente esta acta e invitadas a las personas que deben sobrevivirla a que la leyeran por sí mismas si así lo deseaban, se estampó en ella el sello del Juzgado Municipal, y la firmaron el señor Juez y los testigos, conmigo el Secretario, de que certifico.
Entre líneas. Hijo de Barno Pedrovich. Vale.
Rúbricas de Bartolomé Cabrera, Francisco Muñoz, Luis Campos y Pedro Rufo Moreno.”

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