Incluso a la consolidación de estas leyendas, contribuyen voluntariosos cronistas que no reparan en apoyar sus tesis en la fantasía popular, o bien beben de fuentes originarias de autores precedentes que prefirieron inspirarse en la musa Polimnia antes que en Clío, y no dudan en presentarnos como verdad lo que tan sólo es fabulación asentada en la memoria común.
Todos conocemos la versión popular del origen del vocablo
“Jiguerilla”, usado en Pozoblanco para referirse a los arrestos municipales, y
sin embargo, no creo que el nombre provenga de aquella tan celebrada higuera
que, se supone, crecía a la vera de estos calabozos, entre otras razones porque
el significado semántico que le
otorgamos excede de nuestro ámbito geográfico y se usa, con idéntico sentido,
en amplias zonas de la campiña cordobesa; es usual oírlo en Montilla y pueblos
aledaños.
La palabra
con el significado que nos ocupa, trae su origen en la jerga empleada por los
manteses cordobeses, parientes, entre otros, de los picaros del Zocodover
toledano, padres de los lanceros murcianos y ascendientes de los golfos
madrileños, cuando aún campeaban a sus anchas por la plaza de la Corredera , en los prolegómenos
del siglo XIX.
Ahora
bien, toda mutación semántica trae un acaso antes que un origen, también la que
afecta a las palabras usadas en las germanías y que son empleadas con propósito
de diferenciación para que resulten incomprensibles
a las personas ajenas al grupo. Pudiera ser que el sentido que se le otorga al
citado vocablo por la gente del bronce esté vinculado a la acepción recogida en
el DRAE, de la frase “estar en la higuera”, esto es: estar en Babia, no
enterase de nada, o bien recurriendo al argot deportivo y más moderno: estar en
fuera de juego.
¿Y dónde estarían los pillastres
cordobeses más en fuera de juego que sufriendo un arresto? No sería pues descabellado, suponer
que “estar en la higuera” significaría para los buscones de la ciudad de la Mezquita , estar detenido.
Es obvio que Higuerilla, escrito así, con mayúscula y “h” inicial por el novelista vasco, pasó a formar parte del lenguaje común, con la misma acepción que tenia en los grupos mafiosos, y que al vulgarizarse su uso en nuestra área lingüística, el fonema “h” inicial, mudo en principio, pasó a aspirarse y posteriormente a pronunciarse de forma velar, fricativa y sorda, esto es como el fonema consonántico “x”, pasando en su forma escrita de Higuerilla a Jiguerilla, ya que existe un desajuste escrito entre la forma sonora “x” y sus representaciones graficas “g” y “j”.
Este origen semántico de nuestra entrañable Jiguerilla, sin duda, no es tan sugestivo como el tenido por cierto popularmente, y aunque la historia no tiene por que ser cruel e indiferente con la leyenda, no queda sino ajustarse a la realidad, por más que las alternativas ofrecidas a ésta sean mucho más atrayentes y cautivadoras.
Jesús Javier Redondo
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