martes, 8 de enero de 2013

EL REGAJO DE LOS MELOJOS



Primeros de noviembre en la sierra. Hoy, un inmenso paréntesis azul se ha abierto entre lluvias otoñales y ha sorprendido al paisaje dormido en la niebla de estos días.
            Decidimos bajar a ver esa mancha de melojos encendidos que serpentean vaguada abajo hasta  la ladera del río, y que tiempo atrás, asomado al balcón del último puntal de la ladera imaginaba un lugar mágico, guardador de algún pequeño tesoro de la naturaleza.




            Nos ponemos a caminar carril adelante, después de un largo y dificultoso descenso, adivinando veredas perdidas, llegamos al espectáculo de color del arroyo. Guiados por el sonido del agua y pasado un túnel de zarzas, nos hemos topado en un rellano con una preciosa cascada, que en leve estruendo, como cataclismo de cristal, se rompía en un lecho de piedras, continuaba dispersa y loca, para serenarse luego en una poceta, de la que salía, encauzada y mansa, lamiendo el viejo tronco de un álamo ya desnudo.
            Ha merecido el esfuerzo llegar hasta aquí.
Nos detenemos bajo la frondosa bóveda de los quejigos. Inmersos en el entorno, sentimos cercanos los elementos de la tierra, que como perfumando bálsamo nos distrae y alivia del cansancio de la marcha. Es un ámbito húmedo de vegetación traspasado por la luz: de peñas verdinegras que gotean lágrimas efímeras por las briznas de su musgo. ¡Silencio vivo!. Rumor de agua, susurros de hojas que caen, aleteos de algún pájaro sorprendido.
Continuamos el paseo, ahora por mejores pasos  entre olivos sin labrar. Nos acercamos a un enorme pino, que además de servir de lindero de antiguos predios, nos obsequia con la imagen de un águila, que desde su  nido en la copa, arranca el vuelo asombrada por nuestra presencia.
Al reanudar la marcha, nos dirigimos a un  pequeño cortijo abandonado. Sabedores de su intimidad perdida, nos aproximamos, husmeamos  paredones, grietas, vigas rotas, chimenea caída. ¡Qué sugerente poder de evocación tienen unas ruinas!
¿Levantaron esta casa sus dueños con la ilusión de tener un hogar en estos parajes?
 ¿Fue capricho de una riqueza sobrante, o por necesidad de tareas de labranza? ¡Cuántos cansancios de jornaleros cobijaron estas paredes!  ¡Cuántos solitarios juegos de infancia se confiaron a su arrimo!  ¡Cuántas charlas de candela al final del día!...
Nos admira la sencillez de la vida de antaño. La vivienda, la cuadra, un huerto junto al manantial; y pensamos: ¡Con que poco se “apañaban” los de antes!
Paramos para descansar. Del morral, naranjas y nueces y una plática entre amigos. Cerca del río, enorme, crecido, color de tierra, fluye cumpliendo su irremediable destino.
Es tiempo de regreso; ahora pasamos por un grupo de castaños, que en estos días pierden la melena, tapizando el suelo con un manto de hojas ocres y amarillas.
Ascendemos lentamente hasta el carril por distinta ruta, no queremos romper el encanto de las impresiones recibidas.



Bonifacio Tejedor Herrero