martes, 2 de abril de 2013

UN PASEO POR LA CALLE EL TORO -2-

A la derecha, el segundo tramo se iniciaba con varios portones de servicio de casas de la calle Dr. Rodríguez Blanco a los que seguía la espartería de Rafael Muñoz, otro artesano que junto a su hijo del mismo nombre cumplía el horario laboral con puntualidad inglesa; en el mismo edificio y comunicándose ambas actividades, había un bar atendido por su hijo Antonio en el que se instaló la Peña Taurina.  Esta casa con el característico olor a esparto, en la  que también se cultivaba la cría de canarios y de gallos ingleses, traen a mi memoria infinidad de horas vividas junto  a mi padre, socio fundador de la Peña y secretario de la misma muchos años, disfrutando con él la afición a  los toros.

Seguía la tienda de Gerardo Muriel, al que le conocí distintos negocios; el Tinte de la Viuda de Arturo Rey, que atendía junto a sus hijos; la Sastrería Vioque; más puertas de patios, uno de lo cuales pertenecía  a la Parroquia de Santa Catalina, en los cuales se construyeron nuevos edificios donde se abrieron las tiendas de Los Pañeros y los hijos de Rafael Dueñas; y antes de llegar a la esquina de la calle Sacristía en la que asistí a la escuela de D. Camilo, estaba la barbería de Manolo y la casa de las Peralbo  en las que se instaló la Caja Provincial.





En la otra esquina de la confluencia con la calle Sacristía, a continuación de la casa de Rafael Ruiz, se encontraba la Confitería de Moisés Domínguez “El Chairo” que tenia también allí su vivienda. Haciendo un inciso, quiero resaltar los valores humanos de todos los componentes de esta familia; su casa, y no me estoy refiriendo a la que concernía a su negocio, era centro de reunión  de las numerosas pandillas de amigos de sus cinco hijos y estaba abierta para cualquiera de ellos; allí nunca importunaban las visitas y siempre encontraba   un  talante   alegre, familiar, cercano  y cariñoso tanto en los padres como en cualquiera de los hijos. Me honro en haber disfrutado de la amistad de todos.

Le seguía  un gran tramo de la calle hasta llegar a la siguiente esquina, ocupado por dependencias de lo que llamábamos El  Palacio, del que recuerdo unos enormes portones a través de los cuales se dejaba ver un gran patio, flores, cocheras y otras dependencias. En esta casa, junto a otras personas, vivía el popular Manene, un tipo singular de especial gracejo que había sido torero bufo y que fue muchos años asesor del presidente en la plaza de los toros.

En la acera de enfrente, una vez pasada la Costanilla del Risquillo, estaba la escuela de niñas de Doña Mercedes a la que seguía la frutería de Braulio Pasadas y el estudio fotográfico de Ismael , artista que se podía ver a  través de una ventanilla que había entrando a un pequeño vestíbulo a la izquierda, retocando y perfeccionando fotografías. Continuaba la farmacia de Viuda de Vargas que era atendida por los hermanos Modesto y Miguelito Villareal, llegando así a la confluencia de la calle José Estévez tras la que se iniciaba el último tramo de la calle.

Empezaba la última manzana de la calle con el taller de reparaciones de radio de Manuel Fernández Aranda al que estaba unida la tienda de Tejidos Baena desde la que pregonaban con potente voz sus mercancías, continuando la droguería y perfumería de los hermanos Demetrio y Tomás Cardador que era atendida por ellos y por los hijos de ambos, los varones se encargaban de la droguería  y elaboración de pinturas mientras que la sección de perfumería  estaba a cargo de Elvira y Pepa, guapas y hermosas mujeres, siempre alegres, risueñas, atentas y de agradable trato.





Venía después lo que había sido albardonería del Pichón trasladada posteriormente algo más arriba de la calle como se ha descrito y unos portones en los que hubo  una carbonería y un local en el El Fárrago tuvo un puesto de caramelos, pipas, altramuces, etc.… En todo este conjunto se hizo un único edificio en el que se instaló el despacho del matadero de La Salchi que había sido comprado por D. Bartolomé Torrico Martos.

Antes de llegar al final estaba la Imprenta fundada por Pedro López Pozo, un referente en la vida cultural de Pozoblanco, después atendida por su hijo Pedro López Cabrera; la actividad de esta casa ejerció siempre en mí un influjo especial; la visité infinidad de veces con mi padre que siempre hablaba de temas culturales con Pedro y en ella veía trabajar como linotipista a mi entrañable primo Eduardo.

A la imprenta le seguía la papelería de Ángel López, hermano de Pedro, y se llegaba al final de la calle con la casa de Uldarico García que ocupaba toda la planta baja con gran tienda de pasamanería, artículos de regalo y ultramarinos.

 El último tramo de la acera de la derecha, se inicia con un local en el que estaba la oficina de arbitrios municipales al que seguía el taller de talabartería de Bartolomé Fernández  El Piri, instalado en una casa que tenia un pequeño patio de entrada tras una verja de hierro; a continuación la  barbería de El Lunita a  la  que seguían unos portones de la casa de la viuda de José García, la de los calzados de la calle Jesús, en los que, en tiempos del racionamiento, se formaban largas colas para adquirir patatas u otros vivieres.




Después, en un pequeño local, estaba la papelería de Placido López, un hombre que a pesar de su progresiva ceguera que llegó a ser total, siempre estaba de un excelente humor y del que era digno de admirar cómo localizaba por el tacto cada uno de los artículos que se le solicitaba. Continuaba el Bar las Tres Copas que, junto a su madre, atendían Tomas y Pepín que fueron excelentes jugadores de fútbol; una curiosa peculiaridad que siempre me llamó la atención de este establecimiento, es que a la puerta se colocaban en verano dos únicos veladores, que diariamente eran ocupados por los mismos clientes, fijos e invariables.

Venia continuación la Pastelería Ortega, de la  que Rafael y su hijo de mismo nombre que murió en plena juventud, eran los maestros artesanos que trabajaban en el obrador y Concha, la esposa, una mujer que vestía siempre un impecable delantal blanco de volantes, atendía al público con exquisito trato. Junto a la pastelería se encontraba el locutorio de teléfonos a cargo de Emilia y dos o tres operadoras más, todo el día manejando con soltura una maraña de clavijas de forma manual. En el siguiente edificio estaba la farmacia de D. José María Nosea y llegamos al final de la calle con el bar de Luís haciendo esquina con la calle Real, que sigue existiendo, en cuya puerta tenía su parada la Alsina Graells, que venia de Córdoba por la carretera de Villaharta y continuaba su recorrido hasta Almadén.

No quiero terminar mi recorrido sin recordar a dos personajes que todos los días al caer la tarde, se sumaban con sus peculiares y humildes negocios a dotar de cierto aire romántico y costumbrista a esta parte final de la calle. Eran El Isaías, con su ruleta para la rifa de tabaco y caramelos que producía un sonido inconfundible cada vez que un jugador la hacia girar, y  El Garbancero, con su espuerta de garbanzos tostaos, cuyo negocio consistía en cambiarlos por garbanzos cruos que él iba guardando en una talega cada vez que se producía alguna de aquellas humildes transacciones.

Con estos apuntes que he hecho, fiado a mi memoria por lo que es probable que haya incurrido en algún olvido y también en alguna imprecisión, quiero rendir homenaje a aquellas personas, las citadas y las olvidadas, que a lo largo de su vida contribuyeron con el día a día de su laboriosidad y creatividad artesana o mercantil y su talante de servicio, a hacer de esta calle un espacio abierto, vitalista y acogedor, del que todos los pozoalbenses nos sentimos orgullosos y, de alguna manera junto a ellos, también protagonistas de su sencilla y entrañable historia. Para todos ellos mi agradecimiento y esfuerzo.

Rafael Alba Redondo

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